Durante mi vida he subido y bajado de peso muchas más veces de las que bajan y suben sus interiores un par de desnudistas en Las Vegas. Ahora estoy arriba, redondo pues. Para ilustrar circunstancialmente, diré que el domingo pasado, estaba sentado en un restaurante comiendo una torre de panqueques con crema batida, frutas en almíbar y miel de maple, mientras mi hermana pasaba en la avenida de enfrente, corriendo una carrera de 21.9 kilómetros. Basta. Tengo treinta y tres años, vivo sólo y de vez en cuando me aburro un poco. Quizá ponerme un reto que ahora parece imposible sea lo que me divierta. Como correr esos 21 kilómetros el año que viene. Sin terminar en el hospital. Sin escupir el corazón. Sin ser el último, como ese hombre de 66 años al que todos aplaudían como si fuera el primero.
Voy a correr esa maratón en nombre de todos los holgazanes del mundo, para demostrarles a los otros, que nuestra pereza es nuestra opción y no una imposición.
Amén.
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