Ahora que todos florecemos en el esplendor del aguinaldo, celebrando en un bacanal sin fin, a uno no le queda más que sumergirse en la corriente esperando que no lo tropiece demasiado contra las rocas. Pero no hay demasiada suerte.
Diciembre es un campo minado para un atleta diletante. Todo ese esfuerzo, esa libra de menos, esa bocanada de aire que ahora se administra mejor, se van perdiendo entre cervezas, asados, tamales y chocolatitos en forma de enanos y casitas que se desmoronan en la boca. Qué alegre.
Adiós a los logros. Hasta corría por las calles, cruzando el barranco del condominio, fingiéndome un Rocky Balboa en el ascenso en la pronunciada cuesta, mientras el sol inundaba mi cara redonda, aún cachetona, pero salvaje, atlética y bastante varonil, mientras el sol me estallaba en la cara.
Qué va, ahora a empezar un tanto de cero. Y cómo no, si todos parecen haber sido infectados por ese virus que les obliga a juntarse para acabar con la comida y las cerveza del mundo, mientras uno es arrastrado por el compromiso social.
Qué va, ahora a empezar un tanto de cero. Y cómo no, si todos parecen haber sido infectados por ese virus que les obliga a juntarse para acabar con la comida y las cerveza del mundo, mientras uno es arrastrado por el compromiso social.
En fin. Uno de esos pocos días en los que me he acercado al gimnasio me abordó ese tipo amable que me habla de su mujer, sus hijos y de su amante cuando deja a los hijos, para decirme que el ejercicio es como un monstruo que nunca está satisfecho. Si ahora haces diez lagartijas, mañana el cuerpo te pedirá veinte, treinta, cincuenta, cien, dijo, y así nunca será suficiente.
No tengo ninguna intención de alimentar ese monstruo. Quizá sólo le garantice ciertas y discretas alegrías. Lo que sí debo reconocer es que me hace falta la explosión de adrenalina de dos horas de ejercicio. Me hace falta sentir que soy parte del ejército de Leónidas, hombres violentos en taparrabos, que decididos no permitirán que los invada la grasa.
Qué va. Por ahora la vida va de reunión en reunión, esperando a llegar a casa y dormir una o dos horas cuando hay suerte.
El otro día en un arrebato desesperado y bastante compulsivo fui al supermercado por Omega 3 y regresé con un bote enorme de Nutella. No había reparado en ello, hasta el día siguiente, cuando amanecí y lo encontré en la cocina. Es como si otro yo, malévolo, lo hubiera llevado a casa. No me quejo demasiado, pues también amaneció una botella de buen vino y media bola de queso holandés que me hace suspirar.
Lo que sí me preocupa es haberme sorprendido una noche, mientras dejaba caer una cucharada de nutella sobre el plato de cereal. Es el signo inequívoco de mi decadencia. Que Odín me ayude.
Ahora que me pongo metafísico es hora de recapitular. Enero viene a la vuelta de la semana y me alegra. Es como un umbral mágico, el cual atravesándolo, permite que instantáneamente seamos una versión mejorada de nosotros.
Esta vez no quiero que pase eso: yo no quiero ser otro, quiero ser yo, antes de diciembre, y salvar de una buena vez esta mina de azúcar, alcohol y ositos de goma. ¿Por favor?
Qué va. Por ahora la vida va de reunión en reunión, esperando a llegar a casa y dormir una o dos horas cuando hay suerte.
El otro día en un arrebato desesperado y bastante compulsivo fui al supermercado por Omega 3 y regresé con un bote enorme de Nutella. No había reparado en ello, hasta el día siguiente, cuando amanecí y lo encontré en la cocina. Es como si otro yo, malévolo, lo hubiera llevado a casa. No me quejo demasiado, pues también amaneció una botella de buen vino y media bola de queso holandés que me hace suspirar.
Lo que sí me preocupa es haberme sorprendido una noche, mientras dejaba caer una cucharada de nutella sobre el plato de cereal. Es el signo inequívoco de mi decadencia. Que Odín me ayude.
Ahora que me pongo metafísico es hora de recapitular. Enero viene a la vuelta de la semana y me alegra. Es como un umbral mágico, el cual atravesándolo, permite que instantáneamente seamos una versión mejorada de nosotros.
Esta vez no quiero que pase eso: yo no quiero ser otro, quiero ser yo, antes de diciembre, y salvar de una buena vez esta mina de azúcar, alcohol y ositos de goma. ¿Por favor?
Qué te puedo decir mi broder,llevo 50 navidades con esta y todos los años los kilos nos atacan y en enero volvemos a soñar con regresar a lo que éramos, al menos físicamente. Pero como dicen decían y diremos, lo comido y lo bailado nadie nos lo quita. Abrazos
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