jueves, 27 de septiembre de 2012

Anoche soñé con un pastelillo. Poema épico sobre la paradoja.

Anoche soñé con un pastelillo
era grande y olía rico
quizá también era suavecito
me decía:
¡No corras! ¡No corras!
¡No hagas ejercicio!

Yo lo escuchaba
su voz era como dulce mermelada
untada sobre un pan tostado con mantequilla

Corría alejándome de él
aquí la paradoja
el pastelillo quería que no hiciera ejercicio
pero yo corría para huir de él
el pastelillo quería que lo comiera
y yo quería darle una mordida
pero no podía

El pastelillo me perseguía
pero Jack Lalanne
apareció en la mitad del sueño
era un rayo
un trueno
un huracán musculoso como el de la botella de jabón



Me ofreció un licuado
que hizo en su máquina de jugos
me dijo muchacho resiste
o te volverás un puerquito
a la gente no le gusta los puerquitos
sólo les gusta el tocino
¿Acaso quieres ser el tocino de mis huevos?

Jack Lalanne era un pesado, un alburero
pero el licuado estaba bueno
sabía a frutas
y las frutas son buenas
pero no los pastelillos.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Sinatra y las señoras fodongas.


Estoy en la balanza del gimnasio esperando a que nadie vea el gesto de alegría que tengo. Bajé cuatro libras en tres semanas. O sea, casi el peso de un recién nacido. Casi.
Más que poder amarrarme los zapatos con menos dificultad que antes, lo que más me gusta de sudar como luchador de sumo en sauna, es la lucidez que provoca. 
Justo cuando llevo circa una hora y diez minutos de ejercicio puro y duro, algo sucede: la claridad sobreviene y no se va. Estoy oxigenado, alerta, no eufórico, en calma. 
En esa claridad he podido avizorar cosas en mi vida que entregaré al despojo. Mucha cáscara y poca fruta. Queremos más fruta. Eso. Morder y que sea jugosa. 
La cosa en el gimnasio no es todo gente endorfínica, les diré. He encontrado que hay al menos cuatro grupos principales de colegas, a saber: 
a. Las señoras fodongas. Comienzo con ellas porque son capaces de despertar mi ira a las 5.05am, lo cual es un logro. Ahí están con sus trajes ajustados hablándoles como reinas al hombre de la limpieza. Le gritan abusivamente. No hacen ejercicio, simulan hacerlo. Hay una en especial, baja, gorda, como todos nosotros, que baila en la bicicleta meneando ese inmenso trasero en tights negros y su cara de chismosa y rissoto a la crema. 
b. Los treintones amigos de las señoras fodongas.  Mamones. Gustan del chistorete. 
c. Las señoritas gimnasio de colonia. Zeus las bendiga, no llegan a hacer casi nada salvo desconcentrarnos, pobres homínidos que somos.
d. Mi grupo. O sea yo, sólo. Que sufro en silencio alejado del mainstream atlético, dicen los muchachos. 
Nunca he sido bueno para encajar. Lo bueno es que ya no me esfuerzo nada por hacerlo. El asunto es que me siento bien. 
No lo puedo creer. Quién diría que el ejemplo de ocio y desidia que era, terminaría diciendo que el ejercicio le está sentando bien. Pero ¿qué sería de mí sin esa capacidad de mutar y cambiar de vida como si viviera muchas en una?
Ay caray, you make me feel so young, dijo Sinatra. 

viernes, 7 de septiembre de 2012

Afirmando el culo con música infernal

Al parecer de eso se trata esto de ejercitarse en un gimnasio. Montarse en una bicicleta estacionaria y sudar como en temascal salvaje. El otro día hacía eso: mover el culo al vaivén del pedaleo demente, el instructor chiflaba y decía uno, posición tres, yo que sé qué decía, tenía la música a todo volumen, con un Queen mezclado con reguetón, así que tenía qué adivinar.
Jamás en la vida pensé escuchar algo así, sin salir a quemar las bocinas con kerosene.
Aguanté toda la clase, luego corrí en una banda. Luego hice pesas. Halterofilia, para  legos. Es decir, queridxs amigxs, esa fue mi maratón. Dos horas de puro ejercicio que llevaron mi alma a un estadio endorfínico de lo más lindo. Me volví adicto. Me siento joven. Esto me recuerda a las drogas duras. Lo siento mamá, el ejercicio me recuerda a una vida yonqui, mira tú qué bien.