lunes, 15 de julio de 2013

No me rendiré en el nombre de todos los gorditos.

San Rocky Balboa me protege.
Un baldazo de agua fría, a dos pasos de estar congelada, cayéndote mientras estás en bolas parado sobre la nieve en algún lugar perdido de Canadá. Así describiría mi experiencia en las primeras dos carreras de 10k en las que me inscribí, si fuera el caso que algún noticiero deportivo, mejor si radial, me entrevistara. Luego miraría al cielo y diría "sigo preparándome, el trabajo no para, esto es hasta no ver la final de los 21k y tener mi medalla en nombre de todos aquellos ociosos que alguna vez soñaron con lograr un mérito deportivo desde su sofá". 
La primera carrera, la nocturna de Guatemala, pasó lo siguiente, queridos amigos: estaba yo inscrito, mi nombre en el mural de los participantes en la exposición de la carrera, mi camisa talla XXL, todo lo tenía, mi número, mi  vaselina para que no roce, todo pues, y zas que tengo que irme a Xela a presentar un libro de poesía de mi hermano. 
Corrían todos aquellos atletas valientes, mientras yo daba un discurso sobre la migración, agradeciendo que para estos menesteres no se haga el antidoping porque válgame Zeus qué podría pasar. 
La segunda carrera a la que me inscribí, fue la del Ministerio Público. Invitado había sido a una fiesta bacanal la noche anterior al evento, podrán imaginar la tentación que fue puesta ante mí por el mismo pastelillo que en sueños me dice que no corra, que no haga ejercicio y he aquí que con la fuerza de un titán, el niñito Jesús estaría contento de verme, dije no, no voy a la fiesta, mejor me hidrato y me preparo para la carrera, yo domingo me levanto temprano, sea como sea. 
Cinco de la mañana, imagínense amigos, cinco de la mañana de un domingo que llovía como si el diluvio estuviera ocurriendo y el arca estuviera lejos, a medias, hecha de fibra de vidrio, ya no de madera. A esa hora me levanté, aún oscuro, me estiraba como si quisiera volver mi cuerpo un moño en el cuello de un gato muy gordo. 
Seis de la mañana, aquella emoción, amigos todos, atletas bárbaros, feroces que me leen, ociosos que se ríen de mis periplos, seis de la mañana y yo iba en camino con Mynor mi amigo, mi compañero leal de carreras, con quien competimos en barriga y estatura a la carrera del Ministerio Público, salida en la Municipalidad bajo la lluvia de la madrugada de un domingo, resalto y subrayo. 
Pero he aquí que bajo el aguacero solo estábamos Mynor y yo, mirando, durante veinte minutos cómo los charcos se volvían pozas y las pozas anegaban la alcantarilla y nadie más que nosotros chapoteaba en la calle. 
Si tan solo pudiera yo transmitirles algo de las diez toneladas de frustración que me cayeron encima cuando vi el rótulo de salida doblarse por el aguacero, sin nadie más que mi fiel colega y yo, ni los organizadores, ni los premios, ni la radio deportiva que tenía que entrevistarme con la que hablaría de mí en tercera persona diciendo cosas como "Julio Prado se preparó para esta carrera, está hidratado y listo para ofrecerle un espectáculo digno a la afición. Un saludo a mi mamá que está comiendo donitas Bimbo". 
Pero no, quizá la frustración sea incomesurable. 
Solo se curó porque Mynor y yo fuimos a desayunar huevos, frijoles y tocino a Campero mientras escampaba, para luego irme a dormir, arrullado por la lluvia. 
Sin embargo, queridos amigos, feroces atletas, ociosos que se ríen de mis periplos, a eso de las diez de la mañana tuve un sueño, soñé que conquistaba la cima del Himalaya en un monociclo sin más ayuda que la de mi ángel de la guardia, mi dulce compañía, y decidí, vengar, porque aquello sería una revancha fría y sangrienta, las carreras que no he corrido y me largué con todo y cosas a Reforma y Obelisco a correr en el circuito Monumento al Papa, embajada estadounidense, mira tú qué lugares, Reagan estaría orgulloso, un circuito digamos de corredor republicano, de la liga anti comunista, pues, corrí ahí cerca de catorce kilómetros en una hora y media. 
Lloré casi. 
Casi beso el asfalto que me vio lograr aquella hazaña. 
Tres DC-3 sobrevolaban el aire como ballenas. 
Era el día del Ejército. 
Yo acababa de invadir mi Polonia, de ganarle a las dos Coreas, de vencer a Mao, de invadir Cochinos, de afianzarme en las Termópilas mismas, por Odín que sí, yo corrí lo que nunca he corrido y terminé sin gritar auxilio señor esto que escupí es mi riñón. 
No. Estaba sano, íntegro y listo para seguir corriendo. 
Esto del deporte es una maravilla.